Está lloviendo; adoro los días de lluvia. Los veo como
algo muy romántico… pero también pueden resultar melancólicos. Ahora mismo no
sé muy bien cómo considerarlo. Acabo de salir por la puerta que conduce al
techado del patio; él ha cruzado por delante mía y ni siquiera me ha
mirado. Iba acompañado por otra profesora, una de las nuevas… No puedo evitar
pensar que esa será su nueva “víctima”. Me quedo mirándole mientras camino
lentamente bajo el techado. Ella está buscando las llaves para abrir la valla
del aparcamiento, y él mientras habla y ríe mientras mira al cielo encapotado.
No puedo evitar frenar un poco para mirarle, aunque sólo sea unos segundos más.
Veo cómo se despide de la nueva y se dirige a su coche sin prisas, a pesar de
la lluvia. Por fin, continúo caminando. Apenas me doy cuenta de la presencia de
unos alumnos que me miran de reojo al pasar junto a ellos. De pronto me percato
de que seguramente se me note en la cara… Bajo la mirada, azorada.
Me consideran una mujer fuerte pero, ¿de verdad lo
soy? ¿Podré aguantar mucho más con esto?
Llego por fin al aula donde me toca hacer un examen.
Cuando entro me encuentro con el mismo panorama de siempre: todos los alumnos
de pie, fuera de su sitio y algunos de ellos enzarzados en una batalla donde
sus armas no son otra cosa que las flautas que deberán usar ahora para realizar
su examen. Camino por el aula de música con decisión, como si nada, haciendo
que mis tacones resuenen por toda la clase. Inmediatamente todos se percatan de
mi presencia y ocupan sus respectivos asientos. Dejo mis cosas sobre la mesa,
abro mi cuaderno de notas y, sin más dilación, nombro al primer alumno de la
lista sin apartar la mirada del cuaderno. El alumno toca la pieza a la
perfección a pesar de ser el primero. No noto ni una pizca de nerviosismo. Cojo
un bolígrafo y tomo nota. La música deja de sonar.
-Puedes sentarte.
-¿He aprobado? -me pregunta casi a voz en grito. Me
molesta, pero no le digo nada.
-Las notas al final. -levanto la mirada y le miro
severa-. Siguiente.
Rodeo la mesa y me siento sobre ésta antes de que la
segunda alumna empiece. Está nerviosa. Toca un par de notas y para, y luego
vuelve a empezar …
-¿Has estudiado?
-S-sí, mucho, pero… -tartamudea.
-Si has estudiado no tienes por qué estar nerviosa.
Empieza otra vez.
Me quedo a su lado, y cuando me mira de reojo no puedo
evitar dedicarle una sonrisa alentadora. La toca del tirón, tal vez un poco
deprisa, pero no mal.
La clase se me pasa muy lenta, pero al menos con la
música consigo tenerle apartado de mi mente. Cómo detesto que se instale ahí,
sólo consigue que me ponga de mal humor. ¡Mierda! Ya estoy otra vez pensando en
él…
El timbre suena, pero nadie se mueve; saben que
conmigo eso no vale. El último de los alumnos termina de tocar.
-¿Queréis saber ya las notas?
Veo que al principio vacilan entre salir de allí y
quedarse con la duda, o permanecer unos minutos más y conocer sus resultados.
Finalmente se decantan por la segunda opción. Voy diciendo por orden de lista
las calificaciones de cada uno y, cuando al fin termino, les hago una señal con la
mano, indicándoles que pueden marcharse. Cuando ya no queda nadie, me dejo caer
sobre la silla y entierro mi rostro entre mis manos.
<<Ya son…
¿cuántos años? He perdido la
cuenta… esto empieza a resultar patético>> -pienso, mientras apoyo los codos en la mesa y
entrelazo las manos-.<<Y por si fuera poco, la cosa va a peor… No me
ha visto, por eso no me ha saludado, está claro. No sé por qué me molesto por
cosas tan tontas e insignificantes.>>
Pero está claro que lo que me molesta no es el simple
hecho de no haberme mirado siquiera, no; la cosa iba más allá… Suzanne, la
nueva profesora, era su próxima “víctima“. Y con eso me refería a que era la
siguiente en sucumbir a los encantos de Robbie Sammuels.
-Robbie… -susurré para mi.
Robbie Sammuels es profesor de literatura y está
divorciado desde hace unos cuatro años. Tiene el pelo negro, corto,
ojos azul claro, y una media sonrisa que quita el hipo. En conjunto resulta
bastante atractivo (bueno, para mí, muy atractivo). Antes de divorciarse era un
hombre cariñoso, atento, gracioso… Pero cuando su matrimonio terminó,
simplemente se desmadró. Estoy casi al
cien por cien segura de que todas las profesoras solteras han compartido cama
con él más de una vez. Y… A veces desearía ser una de ellas. Pero estoy casada
y tengo una niña preciosa a la que adoro; si no fuese por mi pequeña Amy ya
habría cometido una locura hace mucho tiempo. Tampoco es que ser una de esas
profesoras me ayudase, porque yo quiero a Robbie: le quiero de verdad. Pero la
idea del adulterio me asusta… O más bien me asusta el hecho de que se me pase
semejante idea por la cabeza. Yo antes no era así; yo cambié cuando él cambió.
Me enamoré del Robbie que estaba a mi lado cuando más le necesité, no del que
ahora coquetea cada vez que se le presenta la ocasión. Pero, aún así, a pesar
de que lo he intentado durante estos últimos años… No he podido quitármelo de
la cabeza (aunque verle todos los días no ayuda especialmente).
-¡Katie..! ¿Katherine?
La voz de alguien me sobresalta dejando a un lado
aquellos pensamientos. Alzo la vista y veo al director junto a la puerta.
-¿Estás bien? -me pregunta, algo preocupado.
-Oh… -digo lo primero que se me viene a la cabeza-. Tan sólo pensaba. ¿Nos vamos ya?
La casa de Nicholas, el director, me pilla de paso, de
modo que siempre le acerco. Tardo menos de diez minutos en llegar hasta allí.
Justo cuando va a bajarse, recuerda algo y se vuelve
hacia mí.
-¿Estás segura sobre lo del traslado?
Miro al volante evitando su mirada por miedo a que
descubra lo insegura que estoy... Aunque, finalmente, decido contarle la
verdad.
-No estoy para nada segura, pero creo que es lo
mejor. Además, es probable que trasladen a mi marido a otra ciudad.
-Aún tienes tiempo para pensarlo. De todas formas
hasta el curso que viene no te lo concederían.
Le sonrío intentando que eso lo diga todo y se de por
vencido de una vez… Pero no se va.
-Katie, lo que no entiendo son tus motivos… Llevas años
trabajando aquí, ¿qué te ha hecho cambiar de opinión? Siento si me estoy metiendo donde no me llaman,
pero me gustaría que confiases en mí, son muchos años ya…
-Lo siento Nicholas, pero es un tema personal. No es
cuestión de confianza… Simplemente me sentiría muy violenta hablando del tema.
¿Lo entiendes?
Me sonríe, me promete no insistir más, y finalmente se
marcha.
Arranco el coche y me alejo de allí para meterme en la
carretera principal que lleva hasta mi casa.