lunes, 4 de febrero de 2013

Jamás regateo

   Acabo de sentarme a comer en el restaurante de nuestro hotel en El Cairo. Como es lógico, solo gente de nuestra posición social puede permitirse comer en un lugar de esta categoría.
   He pedido un té y me he decidido por escribir mientras hago tiempo esperando a Geoffrey.
   Hoy me he encontrado al Conde en el mercado. Bueno... estaría engañándome a mí misma si de verdad afirmase eso. Lo cierto es que sé que ha estado siguiéndome. Yo acababa de comprar una pequeña alfombra de costuras rojas y color crema, cuando de pronto, él me sorprendió por la espalda.
   -¿Cuánto ha pagado por eso? 
   -Oh, hola. -ni siquiera me extrañé por encontrarle allí.
   Me miró largamente y después volvió a dirigirse a mí. 
   -No suelen verse extranjeras en este mercado. ¿Cuánto ha pagado?
   Continué mi camino, resuelta. Sabía que él iba a soltarme alguna de sus impertinencias, pero yo estaba preparada. 
   -Emmm… Unas ocho libras, creo. -le comuniqué mientras que a su vez estiraba la alfombrilla delante de sus narices. 
   -¿En qué tenderete?
  Sonreí, sabiendo que había acertado en mis predicciones
   -¿Por qué?
   Por una milésima de segundo me pareció que dudaba de su próxima respuesta, pero en cuanto abrió la boca, todas mis dudas se disiparon. Por alguna razón, yo no podía dejar de sonreír por su insistencia. Aquello empezaba a resultar hasta divertido. 
   -La han timado. Pero no se preocupe, lo devolveremos.
   En ese momento cruzamos las miradas. Me maldije, porque sabía que en mi rostro se había dibujado una expresión de fastidio y él la había advertido. Pese a ello no cejó en su insistencia. Yo no iba a ser menos que él. 
   -No quiero devolverlo. -lo dije desviando la mirada de sus intensos ojos verdes, que me perseguían por todo el mercado. Una sonrisa de satisfacción cubrió mi rostro.
   -Eso no vale las ocho libras que ha pagado, señora Clifton.
   -Para mí sí. -mi obstinación no le impidió proseguir con su objetivo: ¿molestarme, tal vez? 
   -¿Ha regateado?
   -Jamás regateo.
   -No hacerlo les ofende.
   Tengo que admitir que la situación era divertida. El Conde Almásy hacía que me sintiese como una niña, pero una niña tan fuerte y perseverante que podía vencer al "chico mayor". 
   Por primera vez, frené el paso y me volví hacia él sin borrar la sonrisa de mi cara. 
   -Eso no hace al caso, es usted quien se siente ofendido por mí.
   -Me complacería conseguir el precio correcto por eso. -señaló con la cabeza la alfombra que sujetaba bajo el brazo. A causa del sol entrecerraba los ojos, pero a pesar de ello seguía sintiendo cómo no apartaba su mirada de mi rostro. Casi me sentía avergonzada por la situación que se estaba dando entre nosotros, dos personas adultas. Corté el contacto visual y volví la cara hacia otro lado, esforzándome por no reírme-. Discúlpeme si parezco brusco. Se me han oxidado los modales sociales.
   Se mantuvo en silencio durante unos instantes. Volví el rostro hacia él y le miré; esta vez fui yo quien lo hizo con intensidad. El Conde advirtió aquel gesto en mí y finalmente se vio obligado durante un par de segundos a apartar la mirada y parpadear repetidas veces. Tras eso, volvió a la carga. No obstante, yo era demasiado inteligente como para dejar que me volviese a embaucar con sus sermones. 
   -¿Qué opina de El Cairo? ¿Ha visitado las pirámides?
   -Discúlpeme. -lo dije con gracia y encanto, acercándome fugazmente a él para dar media vuelta y dejarle allí pasmado. 
   -¿O la esfinge? -cuando volví la vista hacia atrás, comprobé que ésto último le había divertido. Sonreía. 

   Geoffrey está a punto de llegar. Tengo miedo de que cuando pase al salón me diga que él también ha descubierto al Conde espiándome desde lejos y observando el Hotel como si el mundo fuese a acabarse. 



Katharine

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