sábado, 2 de febrero de 2013

El final de la primera etapa

   Esta tarde, mientras hojeaba un álbum de fotos, me topé con algunas fotografías que no hicieron otra cosa sino evocar algunos gratos recuerdos.
   Las fotografías se tomaron hace ya lo que me parece una eternidad.
   Cuando me detuve en una de las fotos, en la que seis chicas (entre las que me encuentro yo) me devolvían la sonrisa, posando en un dormitorio, un flashback se reprodujo en mi cabeza y no pude evitar soltar una risita. Con esto me he visto medio obligada a relatar un episodio muy divertido que nos ocurrió en el viaje de fin de curso, el primero y último que hicimos el primaria. 
   Todo aconteció en el mes de mayo, al norte del país, en un albergue. 

   El primer recuerdo que tengo de ese viaje también tiene su gracia. Mikel, como de costumbre, llegaba tarde. Era mi compañero de autocar, mientras que Nora había decidido sentarse con Miriam. Solo faltaba él por llegar, y el conductor y los profesores empezaban a impacientarse. Ni siquiera yo, que tampoco solía ser muy puntual, me había retrasado tantísimo. A mis doce años no paraba quieta. "¿Y si no aparece? ¿Y si se queda sin venir?" -me preguntaba en voz alta, haciendo partícipe de mis preocupaciones a mis dos amigas, que se encontraban sentadas justo detrás de mí. De pronto, al final de la calle, divisamos a un par de chicos y un hombre que sujetaba una correa de la que tiraba un perro. Andaban sin demasiadas prisas, como si el tiempo les sobrase. Por supuesto, se trataba de Mikel, su hermano y su padre. Aliviada, recibí a mi mejor amigo entre divertida y cabreada. Cuando el autocar empezó a avanzar, agitamos las manos a través de las ventanillas para despedirnos de nuestros padres; íbamos a pasar cinco días fuera de casa.

   Ya ha pasado mucho tiempo, pero si mal no recuerdo, el viaje no se hizo demasiado pesado. Hicimos una parada para comer unos bocatas, y después proseguimos con nuestro viaje. 

   De la llegada al albergue no recuerdo demasiado, tan solo algunos episodios aislados, como el que tengo por objetivo contar aquí. 

   Entre las actividades que realizamos se encuentra un paseo en barco, de estos que puedes ir a la parte de arriba, lo que supuestamente es más divertido... No en nuestro caso. Aquella tarde el tiempo estaba raro; el cielo sin duda anunciaba tormenta, pero no se decidió hasta que pusimos un pie en el dichoso barquito. Al principio todo fueron risas en la parte superior. Nos hicimos fotos, tomamos el aire (por no decir airazo), cantamos... Y finalmente, cuando empezó a chispear, bajamos y tomamos asiento en el interior. Por fin el tiempo se había decidido regalándonos una tormenta, que haría que el barco en el que íbamos diese unos tumbos espeluznantes. Miriam lloró sobre el hombro de Nora, asustadísima, y pronto me uní yo, aunque menos afectada que mi amiga. Realmente, aquel paseo en barco fue bastante aterrador. "¡Vamos a morir!", dramatizaba Miriam, entre lágrimas. Evidentemente, aquello era una exageración, pero aún éramos niñas y nos asustábamos con más facilidad.

   Otro episodio bastante interesante fue el de la hora del baño. Cuando entramos descubrimos que éramos muchas, y además teníamos un tiempo límite... para más inri, no eran duchas individuales, sino compartidas. No nos hizo demasiada gracia. Podríamos haber optado por dejar nuestro aseo... pero justamente aquel día estábamos fatal. Si mi memoria no me falla, habíamos pasado la mañana en el campo, y la tierra y demás olores se adherían a nuestro cuerpo. Nos costó bastante, pero finalmente, Miriam, Nora y yo nos metimos en la misma ducha. Nos daba una vergüenza terrible. No sé si me lo estoy inventando, pero creo que hasta que no abrimos el grifo de la ducha no nos decidimos por desnudarnos del todo. Creo que las demás veces logramos introducirnos en una ducha individual, pero no estoy completamente segura.

   Ahora sí; debo contar lo que hace que aquel viaje al norte fuese memorable. Muchos pensarán que es una tontería, pero nosotras nos lo pasamos como nunca. Compartíamos habitación Carolina, Nora, Miriam, Samara, otra chica y yo. Todas dormíamos en literas, unas rojas metálicas, típicas de los albergues. No sé quién fue, tal vez Nora o Samara, tal vez la otra chica, el caso es que alguien subió un yogurt a la habitación. No sabíamos qué hacer con él. En el dormitorio no se permitía tener comida y nos daba algo de reparo tenerlo allí sobre una mesita. Al final, quién sabe por qué, hartas del yogurt... una de nosotras lo lanzó por la ventana. Nos quedamos atónitas, pero también rompimos a reír. Cuando nos asomamos con discreción por la ventana, comprobamos que el lácteo había estallado en el suelo... y al lado se encontraba nuestro profesor. Nos asustamos un poco, pero seguimos riendo. Cuando bajamos a cenar y a tomar el fresco un poco más tarde, pudimos comprobar que había rastro de yogurt. De hecho, no sé si alguien llegó a mencionar aquello, mientras nosotras cruzábamos miradas cómplices.

   Si bien, aunque ese momento es el que escojo de ese viaje, hay otros que también recuerdo. Un corto paseo por la playa, la excursión a un parque natural, las fresas Haribo (nunca volvieron a saberme igual de bien), una gymkana nocturna de lo más divertida... De ella recuerdo el momento en el que preguntaron quién quería ir al cementerio para realizar no se qué prueba. Nora, Mikel y yo, entre otros pocos, levantamos la mano. Entre susurros habíamos planeado encontrarnos los tres en el cementerio... Lamentablemente, esa pequeña excursión no se llevó a cabo.

   También realizamos una pequeña fiestecilla. Se me viene a la cabeza el momento en el que compartí una botella de ¿agua? ¿Fanta? de la máquina expendedora con muchas de las presentes. Me daba igual, la verdad. Pusieron música, y yo adoraba bailar... Pero Mikel, a pesar de ser mi "novio", no quería. Él siempre decía que no sabía bailar, lo cual me parecía una estupidez. Decidí pedírselo a otro amigo, mi compañero de pupitre en el colegio, pero rehusó la oferta. Malditos chicos, pensé. Qué aburridos. 

   El último día lloramos como nunca. Los monitores eran tan encantadores... Sabes desde ese mismo instante que jamás les volverás a ver. Y en el caso de que se crucen nuestros caminos, ni tan siquiera nos reconoceríamos los unos a los otros. Es algo triste.

   Creo que Nora no lloró, pero sí nos recuerdo a Miriam y a mí, sentados en la parte de atrás del todo del autocar, mirando hacia atrás. Cuando volviésemos pasaríamos nuestros últimos días de colegio. Tocaba enfrentarse con la realidad: nada dura para siempre y crecer es algo inevitable.
   Al regresar, entre otras cosas, yo tenía otra preocupación añadida: qué hacer con Mikel y Alex, el chico que de verdad me gustaba. Pero en aquel momento no quería saber nada de él. Prefería quedarme allí, en el norte, olvidar su existencia y no pasar al instituto.

   Pero a las pocas horas volvíamos a estar en casa, y al mes, todo había acabado.

   En septiembre comenzaríamos una nueva etapa. 


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